08 febrero 2007

Los adioses


Salón de música del palacio Esterhàza, en Sopron, Hungría.


Uno de los músicos más importantes del Clasicismo musical, y por ende, de la Historia de la Música, es Franz Joseph Haydn... afirmación que hago con rotundidad cada vez que introduzco el tema en clase, y que automáticamente es puesta en duda por todos mis aún-ignorantes-alumnos que-algún-día-dejarán-de-serlo (espero) de la E.S.O. No es tan conocido como las otras dos figuras de relumbrón de la época, Mozart y el primer Beethoven, y claro, parece que está ahí de prestado. Pero lo que es indudable es que ni la música de Mozart, ni la de Beethoven, ni toda la que les siguió hubiera sido posible si Haydn se hubiera dedicado a otros menesteres.

Este hombre fabuloso no tiene una vida, aparentemente, muy interesante. Sólo se dedicó a trabajar, trabajar, trabajar, trabajar y servir, servir, servir, servir a sus ilustres patrones, los Esterhàzy, una poderosísima familia austríaca de larga tradición. Sus múltiples obligaciones le mantuvieron ocupadísimo, y no pudo hacer ni largos viajes (sólo viajó al final de su vida), ni grandes amistades, ni tampoco vivir amores apasionados (algún devaneo parece que tuvo con una cantante, que no sólo de música vive el hombre)... Para los adolescentes de hoy así, a simple vista, un tipo la mar de aburrido. Y, sin embargo, es el autor de la obra musical que más sentido del humor, más simpatía y más alegría de vivir refleja. Y muchas de sus numerosísimas obras están plagadas de guiños y bromas a sus oyentes, que no han perdido la frescura ni la vigencia más de dos siglos después.


La vida y la obra de Haydn están tan indisolublemente unidas que no se puede hablar de la una sin referirse a la otra. Por eso hay tantas anécdotas relacionadas con su música. Una de las más conocidas es la que acompaña a la Sinfonía nº 45, conocida con el nombre de Los adioses. Haydn trabajaba, según la temporada del año, bien en Viena, bien en una de las casas de campo que tenía la adinerada e influyente familia para la que trabajaba. Una de las casas de campo favoritas de la familia se llama Esterhàza, y se encuentra en la actual Hungría, cerca de la frontera con Austria. El trabajo para los músicos se multiplicaba en la temporada de verano, ya que los Esterhàzy, grandes amantes de la música, recibían numerosísimos invitados a los que no dudaban en homenajear con diversos entretenimientos, muchos de ellos musicales, tales como representaciones operísticas (a veces hasta ¡dos por semana!), música de cámara, conciertos de su espléndida orquesta... Haydn era uno de los grandes atractivos para los visitantes, ya que, sin él saberlo, se había convertido en un afamadísimo compositor, cuya fama crecía y crecía por toda Europa... pero esa es otra historia. En la casa tenía que atender a la composición, encargarse de los ensayos, supervisar las representaciones, era el responsable del material, y también tenía que velar por el cumplimiento de su deber de los músicos, instrumentistas y cantantes, así como interpretar la música diaria que el príncipe tuviera a bien escuchar...

Un verano, la temporada se prolongó más de lo habitual. El buen tiempo persistía, y los Esterházy estaban muy a gusto en el campo, disfrutando de todas las diversiones y placeres que la naturaleza les ofrecía. Muchos de los músicos llevaban meses sin ver a sus familias, que estaban en Viena, y empezó a cundir el malestar entre ellos, hasta que llegó a oídos de Haydn. Como en aquellos tiempos no estaba bien visto que la servidumbre comunicara a su patrón estos negativos sentimientos, -ni ningún otro-, decidió insinuárselo con música. Para ello compuso una sinfonía en la que los músicos no terminan de tocar todos a la vez, como era lo normal en las codas típicas del Clasicismo:

coda de la Sinfonía Haffner, de Mozart


... sino que irían terminando poco a poco. Los músicos de la orquesta recibieron instrucciones del maestro: cuando un músico terminara su parte, en lugar de aguardar en su sitio a que terminaran los demás, debía levantarse silenciosa y respetuosamente, recoger su partitura y abandonar la sala... con la consiguiente sorpresa de los asistentes, que vieron con asombro cómo los músicos iban saliendo uno a uno. A esta sinfonía se le conoce como Sinfonía de los Adioses, y es una curiosa reivindicación laboral hecha con música. ¿Cómo terminó la historia? El príncipe, que era hombre inteligente y sensible, enseguida entendió la indirecta y no dudó en atender la musical petición de aquéllos que tan placenteros momentos musicales le proporcionaban, regresando a Viena casi de inmediato.

Franz Joseph Haydn. Sinfonía nº 45 en fa sostenido menor, Los adioses.

1. Allegro assai
2. Adagio
3. Minueto. Allegreto.
4. Finale. Presto. Adagio

5 comentarios:

aleXV14 dijo...

Luego escribo algo maslargo
*malito*
Saludos!

Marian dijo...

Anda, cuídate mucho... que te mejores. ¿Pudiste enlazar el archivo de word?

ANTONIO SEGOVIA dijo...

Es una anécdota deliciosa, Marian: no la conocía. Muchas gracias. Y, ya de paso, escribe algo sobre esas otras anécdotas de las que hablábamos el otro día: la "sorpresa" de la lámpara, la del timbal...
¡Qué buenos ratos paso en tu blog! ¡Eres una máquina!

Alex, chaval, cuídate mucho (o que te cuiden, que es mejor todavía). Te hemos echado de menos hoy...

aleXV14 dijo...

Buenas y gracias, mariam con lo de word me lio jeje, Antonio dos veces lo del Trivial que maquinas.

Saludos

Marian dijo...

Vale: en una próxima entrega, La Sorpresa, que es preciosa. Me imagino al público del estreno... cómo se lo debieron pasar Haydn y los músicos, de ver a ese escogido público descolocado. No sé si sería una pequeña venganza, en el fondo, por su buena vida...

¿Qué es eso del Trivial? ¿Puedo participar? :Dtekx