11 enero 2007

La fascinación por el horror

Siempre he sentido una extrema repulsión por la sangre y el dolor. Tanto es así que jamás pude terminar de ver una de mis películas favoritas, El silencio de los corderos, porque sistemáticamente cierro los ojos con horror al llegar a las escenas cruentas. No digo que no me interesan historias tan truculentas como la de Anibal Lecter; La fiesta del chivo, por poner un ejemplo, me parece una novela imprescindible a pesar del mal rato que pasé al final... por no hablar de tantas y tantas películas llenas de asesinatos gratuitos y dolor ilimitado que han pasado a formar parte de mi universo personal: Million Dolar Baby, La lista de Schindler, Mar Adentro, El acorazado Potemkin, El cazador, Apocalypse now, El Padrino (las tres), Bailando en la oscuridad. Hay obras de arte imprescindibles dedicadas a la muerte, como La Pasión Según San Mateo, de Johann Sebastian Bach, que andamos escuchando en clase estos días.

Confieso que todo esto se acrecentó con el nacimiento de mi primer hijo. Si nunca había podido soportar la violencia, desde ese momento es casi dolor físico el que siento al leer cada periódico, al ver cada telediario... Así que, si en la ficción me resulta intolerable, realidades como las que estamos viviendo a diario hacen que necesite refugiarme en las cosas que de verdad merecen la pena y huir de tanto y tanto inexplicable dolor. Como mis clases, sin ir más lejos.

Y ahí estaba yo: en el aula Althia, con un grupo de 3º de ESO, dando una clase sobre el Barroco Musical. Mis alumnos no sabían cómo era un clave, así que les puse de inmediato a buscar en internet para rellenar esa laguna. Como el aula es estrecha y no hay mucho espacio para pasear entre las mesas, utilizo el Class Perfect para visualizar las pantallas de mis alumnos y atender a las dudas. No hago más que ponerme a observar el trabajo, cuando miro la primera pantalla en mi ordenador y veo en el de una de mis alumnas, de 14 años, que en lugar de "clave" en Google ha escrito "ejecución de Sadam".

No es necesario que exponga mi postura sobre la pena de muerte: mi enlace a Amnistía internacional es bien visible. Estoy en contra de la pena de muerte hasta en casos tan extremos como el de Sadam Husein o el de los asesinos de ETA o del 11 M. Y siempre me ha asombrado que haya gente que vaya de forma voluntaria a ver las ejecuciones en Estados Unidos: no sé cuáles serán sus razones, ni creo que jamás pudiera llegar a entenderlas. Sé que no es nuevo, y que a lo largo de la historia la muerte de seres humanos ha servido de espectáculo de masas en muchas culturas, y por supuesto en la nuestra.
Pero comprobar que una niña de 14 años tiene, como primer impulso ante Google, ante la posibilidad de buscar cualquier tema, cualquier imagen, cualquier cosa que exista en el mundo, interés en ver cómo ejecutan a una persona... he de reconocer que me hundió. Porque soy consciente de que mi influencia, y la de mis compañeros, sobre ella va a ser tan mínima, tan pequeña, tan insignificante, (por mucha educación para la ciudadanía que nos pongan en los planes de estudio), que es casi constatar que hemos perdido otra generación para la causa de un mundo mejor. Y es, para mí, muy triste dedicar ilusión y esfuerzo a gente que se regocija o, si no tanto, que siente curiosidad por ver cómo se ejecuta a un ser humano, por indeseable que éste haya sido.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto: son las lógicas consecuencias del dominio mediático que nos rodea. Todo vale, la barrera ética hace tiempo que cayó... No sé si la nuestra es una generación "demodè" o no, pero no auguro un buen futuro a ésta que se ríe de las miserias en vez de intentar ponerles remedio...